Aclaremos algo desde el principio: envejecer no es un acto vergonzoso. Las arrugas, las canas y los cuerpos cambiantes no son fracasos ni razones para esconderse. Son insignias de honor: una vida vivida, sabiduría ganada, batallas libradas e historias escritas. Sin embargo, aquí estamos, en un mundo que nos hace sentir que envejecer es algo por lo que debemos disculparnos.
Entonces, ¿qué vamos a hacer con esta llamada "vergüenza"? Spoiler: no vamos a aceptarla.
¿De dónde viene esta “vergüenza”?
Desde temprana edad, la sociedad nos dice que la belleza está ligada a la juventud. Los anuncios glorifican la piel lisa y sin imperfecciones, el cabello abundante y los rostros libres de arrugas. Las redes sociales eliminan cualquier signo de un rostro vivido con sus filtros. La industria del “antienvejecimiento”, que vale miles de millones, prospera gracias al miedo de perder estas características. Susurra (o grita) que tan pronto como empieces a “mostrar tu edad”, eres menos valiosa, menos visible, menos digna.
La autora J. Brooks Bouson, en su libro Shame and the Aging Woman, describe cómo el edadismo desvaloriza y daña las identidades de las mujeres mayores en nuestra cultura envejecida. Explica que las mujeres mayores a menudo sienten vergüenza por los signos visibles del envejecimiento y la apariencia de sus cuerpos al pasar por los procesos normales de envejecimiento físico.
Esta narrativa no es solo teórica; es vivida y desafiada por muchas. Toma como ejemplo a Andie MacDowell. A sus 66 años, ha rechazado los estándares poco realistas de belleza y cuerpo de Hollywood. Después de una frustrante prueba de vestuario, se dio cuenta de que ya no quiere matarse de hambre para perder unos kilos, destacando la importancia de la comodidad y la salud por encima de ideales inalcanzables.
Convengamos que, si incluso una exmodelo como ella se enfrenta a la “vergüenza de envejecer”, ¿qué queda para el resto de nosotras?!
Las conversaciones con mis clientas no solo giran solo en torno al peso rebelde. Las mujeres con las que hablo están lidiando con pérdida de masa muscular, artritis, resistencia a la insulina, edema, problemas de salud mental, falta de concentración y falta de sueño, todo causado por el declive hormonal. Y además de eso, están recibiendo el juicio de la sociedad: la presión para teñir sus canas, rellenar sus arrugas y cubrir su piel “envejecida”. ¡Dennos un respiro, por favor! Por esto, precisamente, ¡no es raro que haya tanta fatiga adrenal si no hay respiro con el estrés!
Si permitimos que nuestro entorno nos envenene con odio hacia nuestra apariencia envejecida, amiga mía, podríamos estar enfrentando problemas aún mayores que la perimenopausia y el declive hormonal.
Cómo esta vergüenza nos perjudica
Esta narrativa de vergüenza no solo es insultante, sino que también es dañina. Aquí te explico por qué:
Emocionalmente: Crea ansiedad, dudas sobre una misma y baja autoestima, haciendo que las mujeres sientan que necesitan esconderse o “arreglarse”. Esforzarse constantemente por cumplir estándares inalcanzables puede llevar al estrés crónico y a problemas de salud mental. Y si has leído mis artículos, ya sabes el impacto del cortisol alto en nuestra salud hormonal.
Físicamente: La presión por lucir jóvenes lleva a las mujeres a medidas drásticas, como tratamientos de belleza invasivos o dietas excesivas, que pueden perjudicar nuestra salud. Muchos productos de belleza contienen químicos disruptores endocrinos (EDC) que interfieren con nuestros sistemas hormonales. Estas sustancias, presentes en cremas, tintes para el cabello y maquillaje, pueden imitar o bloquear las hormonas naturales, causando problemas como trastornos reproductivos, metabólicos e incluso cáncer. Al exponernos a estos químicos, no solo ponemos en riesgo nuestra salud física, sino que también desviamos nuestra atención de un bienestar genuino, enfocándonos en soluciones superficiales que pueden causar más daño que beneficio.
Financieramente: No olvidemos el costo de perseguir una ilusión. Los productos de belleza, los procedimientos cosméticos y las interminables rutinas no son baratos. La industria del antienvejecimiento se lucra enormemente de nuestras inseguridades, desviando recursos que podríamos invertir en actividades más enriquecedoras.
Peor aún, nos distrae de lo que realmente importa: nuestra salud, nuestras pasiones, nuestras relaciones y nuestro bienestar.
Deberíamos ser guiadas para priorizar nuestra salud hormonal, nutrirnos con comida real, mantenernos activas y hacer de la atención plena parte fundamental de nuestras vidas. Cuando nos sentimos bien desde adentro, nuestra confianza y cuerpos bien nutridos brillarán más que cualquier crema o relleno.
¿Qué se necesita para recuperar la confianza y vernos como mujeres sabias y empoderadas que no necesitan “arreglarse”?
Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Cómo rompemos las cadenas de esta vergüenza?
Cambiemos la narrativa: Empieza por cómo hablamos del envejecimiento. En lugar de temerle a las arrugas, celebrémoslas como un mapa de risas, lágrimas y todo lo vivido. ¿Canas? Esa es tu corona. ¿Un cuerpo más suave? Te ha llevado a través de décadas de vida. Normalicemos el envejecimiento como un proceso hermoso e inevitable que no necesitamos combatir, sino abrazar.
Enfoquémonos en la salud, no en la apariencia: Personalmente, no quiero envejecer “con gracia”; quiero trascender a medida que envejezco, cuidando de mi cuerpo, mente y alma. Deberíamos ser guiadas para priorizar nuestra salud hormonal, nutrirnos con comida real, mantenernos activas y hacer de la atención plena parte fundamental de nuestras vidas. Cuando nos sentimos bien desde adentro, nuestra confianza y cuerpos bien nutridos brillarán más que cualquier crema o relleno.
Denunciemos los estándares poco realistas: Cuando veas un anuncio, publicación o mensaje que se aprovecha del miedo a envejecer, denúncialo, por ti y por otras mujeres. Normalicemos mostrar la belleza real y sin filtros. No le debemos perfección a nadie.
Redefinamos la belleza para nosotras mismas: La belleza no se trata solo de una piel lisa o una talla específica. Se trata de amabilidad, confianza, sabiduría y autenticidad. Envejecer no nos quita esas cosas, las amplifica. Decide por ti misma lo que significa la belleza y vive según esa definición.
En mi experiencia, me tomó un tiempo acostumbrarme a ver mi piel sin tres capas de base, ¡pero valió totalmente la pena! La salud de mi piel mejoró y me desintoxiqué del impacto de los disruptores endocrinos. Pero no creas que no uso cosméticos; sí los uso. Los que utilizo son naturales, producidos localmente para evitar químicos como conservantes que prolongan la vida útil pero dañan nuestra salud. Redefinir la belleza no significa que no puedas usar maquillaje o realzar tu apariencia; significa cuestionar por qué lo estás haciendo. ¿Es para cumplir con estándares externos o porque amas cómo te sientes? También deberíamos exigir productos más seguros que no dañen nuestra salud. Y sobre esto, ¡buenas noticias: hoy en día hay excelentes opciones!
Apoyémonos unas a otras: Somos más fuertes juntas. Dejemos de juzgarnos a nosotras mismas y a otras mujeres por envejecer y empecemos a levantarnos con cariño. Comparte tus experiencias, tus luchas y tus triunfos. Al hacerlo, creamos una comunidad donde la vergüenza no tiene cabida.
Envejecer es un privilegio
Aquí va una verdad contundente: la alternativa a envejecer es no vivir lo suficiente para hacerlo. Las arrugas, las canas y todos los cambios que vienen con la edad son privilegios que se les niegan a muchas mujeres... ¿Alguna vez lo pensaste? Yo tampoco, hasta que me azotó el pensamiento. Así que honremos el viaje de envejecer, en lugar de dejar que la sociedad nos engañe para temerle.
Entonces, ¿qué vamos a hacer con la “vergüenza” de envejecer?
Vamos a rechazarla.
Cuestionarla.
Enterrarla.
Y vamos a reemplazarla con ORGULLO, ALEGRÍA y GRATITUD por el privilegio de convertirnos en nuestra mejor versión.
¿Qué opinas? Me encantaría leer tus comentarios. Sigamos esta conversación, porque es hora de reclamar el envejecimiento por lo que realmente es: un regalo.
¡Nos vemos la próxima semana!
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